Salubridad del aire, salud de las instituciones

En El olvido que seremos (Alfaguara), Héctor Abad Faciolince nos cuenta, en una historia novelada de su familia, cómo su padre el doctor Héctor Abad Domínguez, fue pionero de la epidemiología en Colombia. Narra las acciones que llevó a cabo en favor de los derechos humanos para que en los barrios pobres de Medellín todos dispusieran de agua potable, como primera medida de salubridad para eliminar las enfermedades transmisibles. La historia ha sido llevada al cine por Fernando Trueba y estrenada el pasado viernes.

Algo más de medio siglo más tarde hemos descubierto como se ha avanzado en las medidas de calidad y salubridad del agua corriente, en todo el mundo.  A pesar de lo cual el género humano en su totalidad, nos hemos dejado sorprender por una nueva epidemia. La de los contagios de covid que se dan por el aire al inhalar estas partículas que una persona enferma expulsa al hablar, al toser o cantar.

Tras innumerables estudios, la pandemia ha llevado a una serie de científicos a exponer en la revista Science, en un trabajo dirigido por Lidia Morawska, que “Necesitamos establecer los cimientos para garantizar que el aire en nuestros edificios esté limpio con una cantidad de patógenos sustancialmente reducida, contribuyendo a la salud de los ocupantes del edificio, tal como esperamos para el agua que sale de nuestros grifos”. Volvemos, pues, a la casilla de salida; del agua al aire.

Tal vez, dentro de un tiempo, igual que individualmente nos hemos acostumbrado a ponernos la mascarilla, quizá nos tendremos que acostumbrar a que, en los lugares de concurrencia de público, debamos tener un indicador de la calidad y salubridad del aire, que garantice nuestra salud, como ahora la tenemos del agua que se analiza de forma constante. Aunque quizá, para alcanzar este nivel de salubridad del aire, debamos antes proceder a una cura social que nos permita dar ese paso epidemilógico como colectividad.

Quizá será conveniente volver, no solamente a médicos preocupados por la salud de la comunidad, como el doctor Héctor Abad Domínguez, sinó también a los estudios sociológicos de Erving Goffman, el autor de Internados, quién, en la segunda mitad del siglo pasado, nos recordaba que “En toda comunidad la conducta de los individuos está en función de la de los otros, es decir, que sus actitudes se ven modificadas en función del papel a desempeñar”.

Sobre todo será muy adecuado tener en cuenta lo que nos viene recordando la profesora Joana Masó Illamola (UB), quien con la publicación, esta semana, de su libro Tosquelles, curar les institucions (Ed. Arcàdia), reivindica y divulga la vida y la obra de este psiquiatra catalán que, en la primera mitad del siglo XX,  puso en práctica la idea de que era necesario curar las instituciones y sustraerlas de la burocracia, persiguiendo la autonomía de los enfermos.

Figuras como Goffman y Tosquelles -sería interesante un estudio comparado de sus obras sociològicas y terapéuticas- nos ayudarían sobremanera hoy en día, teniendo en cuenta que la pandemia de covid ha alcanzado a todos los aspectos de nuestras vidas. 

Ambos me hacen pensar que la cura que necesitamos no es sólo de alcance individual sino que sobretodo debe alcanzar a una transformación de todas nuestras instituciones: sanitarias, sociales, económicas, políticas, culturales… y tiro porque me toca.